Hay momentos en los que escucho cada cosa por la calle… no es que quiera ir poniendo la oreja es que surgen, vienen a mí, y a más, como casi siempre voy sola, pues es bastante fácil y entretenido. No soy yo una moderna de esas con cascos así que estoy lista para escuchar cosas así, ahí va la de hoy:
– Vamos a parar ahí un momento, quiero un café para llevar, cariño.
– De acuerdo – dice él
– Después ya vamos al mercadillo.
– Sí, lo que quieras.
– Mientras tú haces la cola, yo iré a hacer «pis» (literal).
– Vale.
– Necesito cafeína para continuar.
Mi deseo más profundo es girarme y mirar a esta pareja. Suenan a 40 y pico. Ella tiene una voz desagradable, tono chirriante. Él habla pausado y suena a estar contento. Imagino que es una de estas primeras citas.
Ahora siempre que veo parejas de cierta edad conversando alegremente en bares o besándose acarameladamente en una esquina de una cafetería o apasionadamente en medio de la calle, pienso que son citas de meetic o similares, no se por qué. Creo que me pasa como a mis amigos gays, que creen que todos los hombres del mundo estarían dispuestos a meterse en la cama con otro hombre.
Que me lío y no acabo la historia…
Decía que no me atrevo a darme la vuelta a mirar a la pareja, pero en la acera de enfrente los cristales gigantes de la cafetería me permiten ver el reflejo de ella. ¡Lo sabía! cuarenta y tantos, rubia de mechas, parece que lleva un foulard como de piel, es guapa. Y ¿él? No le veo, está justo detrás de mí y solo veo mi reflejo.
El semáforo se pone en verde. Decido no ser tan cotilla, olvidarme de ellos y seguir a lo mío.
Ahora me arrepiento.
Supongo que él haría pacientemente la cola y cuando ella saliera del servicio le encontraría con un café humeante y calentito acompañado de una sonrisa. Eso sí, en su espera seguro que se habría tomado otro valium.